LA CARTA NEGRA
Desearías haber sabido el número de
teléfono, algo le tuvo que haber pasado para que no pudiera venir, tal vez
mañana habrías de quejarte de aquel insolente que aún no llega.
Te imagino en uno de mis recuerdos, en un
segundo de toda mi vida y en un suspiro te exalto. Eres mi única mujer amada por aquel amor que te puedo
ofrecer mientras camino por entre las selvas. A veces no comprendo como puedas
amarme después de haber cambiado el regocijo de nuestros pequeños. ¿Solo por un
fusil, un puñado de granadas y una benévola munición?
No soy más que un soldado, un supuesto
héroe sin casa ni familia. Aquel que en su recuerdo te lleva como su mejor
amuleto en medio de tanta oscuridad y zozobra.
Sé que a veces
él quisiera sostener la pañalera y llevar los teteros para alivianar tu carga y
recoger los suspiros de tu pensamiento angustioso en las noches de lluvia. Esas
lunas en las que desearías estar abrazando al hombre que te conoció, del que te
sientes orgullosa por ser parte del deber y el honor de una nación.
Sé que te
sientes amada por aquel que en sus cartas lo declara y procura mantenerse vivo
para continuar amándote.
Niña mía, las
batallas solo son el sudor del trabajo de un padre responsable que espera
darles a sus hijos el amor y las cosas que le faltaron a él.
Te veo
sufriendo en silencio, regocijándote en el fruto del amor que aquel soldado ha dejado,
paseando por las calles con tus pequeñas compañías, esperando tener a tu héroe
sosteniendo tu mano en aquel parque en el que un día se conocieron. Lo
recuerdas?
Aquellas calles en las que pasaste muda, indignada de
la rabia; mas ahí estaba él, rogando para que desistieras de tu ingrata
ceremonia, y luego, esa risa tan incómoda, la cual te producía más rabia porque
sabías que estabas apunto de ceder, cuando sentías por detrás esas manos
gruesas y calientes que te hacían sentir segura y amada.
Sabías que ese era el punto en donde creías que
todo era una pelea estúpida y el hombre que te conoce y siempre descubre tus puntos
débiles, nuevamente le había ganado a tu orgullo. Entonces, ya solo querías abrazarme y besarme.
Intuía en tu actuar, tu entrega en mis brazos, como
lo has hecho desde el día en que te sentiste segura en ellos por primera vez y
me confiaste tu vida de mujer.
Así mismo como
debes estar sintiéndote ahora bajo el frio de la noche, el día de nuestro
aniversario, esperando la carta amada impregnada del perfume que por fetichismo
hace un siglo me regalaste.
En lágrimas y
sentada en el sillón donde algún día ganó la pasión a la incomodidad, sé qué esperas inquieta y desconcertada aquella carta
que solía llegar los días 14 después de
las 4 de la tarde, contando cursilerías de novios que se habían vuelto
importantes nuevamente.
Me encantaba
engañarte y hacerte creer que era el
cartero una vez más llegando con la esperada y triste carta con posdatas de
amores y esperanzas.
Cierro los
ojos y te imagino una vez más sentada, deseando escuchar el timbre y ver al cartero llegar; pienso que me
extrañas, y que te disgusta mi ausencia.
Ahora creo en
tus temores y en tu desconfianza, siento tus golpes en mi pecho antes de partir,
casi palpo tus lágrimas en mis mejillas. Tu paranoia hoy me reprocha. Aunque
tal vez nunca hubieras siquiera imaginado que tu héroe, tu amado, tu soldado
nunca pudo terminar de escribir una nueva carta y que al contrario recibirías
la carta negra que reciben las familias cuando una baja es dada en combate.
By
Robin Nelson Muñoz