miércoles, 25 de abril de 2012

LLEGARON LAS LLUVIAS

Llegaron las lluvias
Llegaron las lluvias con una sutil y suave brisa, el cielo se opaca, los niños se descamisan y los viejos se guardan. El calor cesa y un frio delicioso sube por las pantorrillas sudadas de quienes la esperábamos con tanto anhelo desde noviembre.
Ya me puedo imaginar las próximas noches frescas en las que tal vez no tenga que prender el ventilador, aquel que se recalienta por el uso o por el mismo aire caliente que lo traspasa, revolotea en el salón y vuelve a traspasarlo.
¡Va a llover! Gritan los niños y las oscuras e imperiosas nubes amenazan los cultivos de algodón. ¡Que mal! Pero que bien para las esposas de los algodoneros que verán  a sus esposos e hijos llegar con dinero “buen pago”.
Que ricura de clima, que agradable es ver la calle mojada y ojala embarrada y ahuecada; ya que gracias a la falta de pavimento o asfalto, vivimos constantemente bajo una tormenta de polvo que se levanta cuando pasan los carros “arriaos”, “a toda mecha” como si esto fuese una zona comercial y no hubieran niños, ni animales (nunca ha sucedido algo desagradable, pero ¿acaso tenemos que esperar con miedo a que suceda para al fin ver nuestra calle pavimentada y con policías acostados o bandas reductoras de velocidad tan duras que las maquinas no destrocen en tiempo de elecciones?)
¡Que buena lluvia! Pero ¡que mala! Porque sin ella tener la culpa, la gente de mi pueblo o al menos  a los que nos compete, la vemos como un alien dispuesto a devorarnos cuando en su rebeldía insaciable quiera acrecentar al sinuoso caudal que corre en busca de mar y lo haga desbordarse nuevamente. Todas las esperanzas que al parecer el verano resecó y ojala si la lluvia ha de subir, moje todos los papelitos de publicidad “política” y nos recuerde las añoranzas de hace unos meses atrás.
Que bueno para los barrios y ciudades que cuentan con la tranquilidad de dormir y soñar que al día siguiente van al rio, pero que mal para nosotros los que tenemos pesadillas pensando que el rio viene a nosotros.

LA CARTA NEGRA


LA CARTA NEGRA
Desearías haber sabido el número de teléfono, algo le tuvo que haber pasado para que no pudiera venir, tal vez mañana habrías de quejarte de aquel insolente que aún no llega.
Te imagino en uno de mis recuerdos, en un segundo de toda mi vida y en un suspiro te exalto. Eres mi  única mujer amada por aquel amor que te puedo ofrecer mientras camino por entre las selvas. A veces no comprendo como puedas amarme después de haber cambiado el regocijo de nuestros pequeños. ¿Solo por un fusil, un puñado de granadas y una benévola munición?
No soy más que un soldado, un supuesto héroe sin casa ni familia. Aquel que en su recuerdo te lleva como su mejor amuleto en medio de tanta oscuridad y zozobra.
Sé que a veces él quisiera sostener la pañalera y llevar los teteros para alivianar tu carga y recoger los suspiros de tu pensamiento angustioso en las noches de lluvia.   Esas lunas en las que desearías estar abrazando al hombre que te conoció, del que te sientes orgullosa por ser parte del deber y el honor de una nación.
Sé que te sientes amada por aquel que en sus cartas lo declara y procura mantenerse vivo para continuar amándote.
Niña mía, las batallas solo son el sudor del trabajo de un padre responsable que espera darles a sus hijos el amor y las cosas que le faltaron a él.
Te veo sufriendo en silencio, regocijándote en el fruto del amor que aquel soldado ha dejado, paseando por las calles con tus pequeñas compañías, esperando tener a tu héroe sosteniendo tu mano en aquel parque en el que un día se conocieron. Lo recuerdas?
Aquellas  calles en las que pasaste muda, indignada de la rabia; mas ahí estaba él, rogando para que desistieras de tu ingrata ceremonia, y luego, esa risa tan incómoda, la cual te producía más rabia porque sabías que estabas apunto de ceder, cuando sentías por detrás esas manos gruesas y calientes que te hacían sentir segura y amada.
Sabías que ese era el punto en donde creías que todo era una pelea estúpida y el hombre que te conoce y siempre descubre tus puntos débiles, nuevamente le había ganado a tu orgullo. Entonces,  ya solo querías abrazarme y besarme.
Intuía en tu actuar, tu entrega en mis brazos, como lo has hecho desde el día en que te sentiste segura en ellos por primera vez y me confiaste tu vida de mujer.
Así mismo como debes estar sintiéndote ahora bajo el frio de la noche, el día de nuestro aniversario, esperando la carta amada impregnada del perfume que por fetichismo hace un siglo me regalaste.
En lágrimas y sentada en el sillón donde algún día ganó la pasión a la incomodidad, sé qué  esperas inquieta y desconcertada aquella carta que solía  llegar los días 14 después de las 4 de la tarde, contando cursilerías de novios que se habían vuelto importantes nuevamente.
Me encantaba engañarte y hacerte creer que  era el cartero una vez más llegando con la esperada y triste carta con posdatas de amores y esperanzas.
Cierro los ojos y te imagino una vez más sentada, deseando escuchar el timbre  y ver al cartero llegar; pienso que me extrañas, y que te disgusta mi ausencia.
Ahora creo en tus temores y en tu desconfianza, siento tus golpes en mi pecho antes de partir, casi palpo tus lágrimas en mis mejillas. Tu paranoia hoy me reprocha. Aunque tal vez nunca hubieras siquiera imaginado que tu héroe, tu amado, tu soldado nunca pudo terminar de escribir una nueva carta y que al contrario recibirías la carta negra que reciben las familias cuando una baja es dada en combate.
By
Robin Nelson Muñoz